Queremos tanto a Barcelona


Para mí, Barcelona no es una ciudad como otras. Es distinta, especial, diferente.

Desde aquella vez, hace casi 25 años.

Mi vida era un caos. Adentro y afuera. Estaba llegando al clímax del momento más oscuro. Hacía 6 años había cortado con quien había sido mi primera novia, con quien salí menos de 3 meses, y había entrado en un pozo sin fin que aún no encontraba piso. Por supuesto el tema no era esa novia que me dejó, sino que ese suceso movió todo en mí. Todo aquello que tenía por seguro mostró impiadosamente su endeblez y yo intuía sin saber que el paradigma había cambiado y me aferraba al anterior como un náufrago al tablón de lo que fue su barco; hundiéndome con él.

Quizá lo único que me había mantenido sin ahogarme había sido el proyecto de irme. De estudiar en Europa. Como un espejismo en el desierto, que no es pero que es lo único que es.

Eso. Y mi psicóloga. Con quien llevaba sólo 6 meses de tratamiento en un hospital público y gratuito cuando me fui. Y que un día, después de escucharme enumerarle los éxitos que tendría en España me dijo: "Bueno, a veces hay que poner un océano de distancia entre los padres y uno."                                                                                                                                                    En la última sesión me despedí. Le dije que había sido un placer haberla conocido y que me había ayudado. Me sonrió.

Así aterricé en Barcelona un 25 de noviembre de 1998. ¿Cómo lo sé? Porque ese día cumplía 28 años. Llegaba con sólo U$S 300 en el bolsillo para cursar un año en un posgrado de Dirección Orquestal en el Conservatorio Superior.

Así llegué a una casa que me había conseguido un conocido en donde la dueña me cobraría casi simbólicamente. Sin embargo, a los dos días la señora dijo que prefería que me fuera, que había aceptado porque nuestro conocido en común le había insistido pero que no estaba convencida. Viví una semana en lo de un amigo de un conocido de un vecino que me dejó vivir en su departamento y me dijo "instalate hasta que te encuentres un lugar, yo no estoy nunca". Fue así, no lo vi en toda la semana; cuando conseguí un piso le dejé una nota de agradecimiento y me fui. El piso nuevo no estaba mal, compartía con 3 estudiantes más o menos de mi edad. Un peruano, un colombiano y un catalán fanático del Barsa. Al menos la vivienda estaba más o menos resuelta.

Sin embargo, apenas llegar me di cuenta de que no iba a conseguir trabajo como músico. Sin pasaporte español y sin dinero, sólo tenía dos opciones: Trabajar de cualquier trabajo menor o volverme.                                                                                                                                     Intenté la primera, tampoco funcionó. Lo supe casi un mes después cuando busqué trabajo temporal de camarero sólo para la noche de Noche Buena y no me lo dieron porque no tenía papeles.

De todas maneras, intenté quedarme.

En Argentina todos los trabajos eran poco para mí. Todo me parecía no digno de mi saber. Miraba todo desde arriba.

Barcelona era diferente pero yo aún no y mi soberbia podía más que la realidad. "Ya conseguiré" me decía. Sin embargo por debajo, las aguas turbias ascendían lentas.

El nivel de la búsqueda fue bajando de manera inversamente proporcional a mi angustia. Antes de viajar estaba seguro de que llegar a Europa haría que mi angustia se disipase. Como un pleno en el que se confía ciegamente, el descenso del avión me había encontrado sonriente y sin nubes.                                                                                                                                                 Un mes después el cielo se ennegrecía sin fin.

Finalmente, conseguí repartir volantes. Me pagaban una peseta por cada volante puesto en el parabrisas de un auto. (¿Cómo explicar cuánto era una peseta? ¿Quizá $10 argentinos?)

Hubo dos sucesos que fueron decisivos en lo que vendría. Ninguno de ellos puedo explicarlo aún. Por un lado, mi pasaje de regreso era abierto, sin costo. No puedo entender cómo tenía ese pasaje. Tenía una fecha de regreso, pero podía modificarla todas las veces que quisiera, de manera absolutamente gratis. El único requisito era que hubiera lugar en el vuelo.

Eso me permitía respirar.

En mi angustia cotidiana siempre había un momento en el que pensaba "si veo que se pone demasiado difícil voy a la agencia y me voy en el próximo vuelo".

Como siempre era demasiado difícil estaba todo el tiempo a punto de ir a la agencia. Pero no iba. Siempre iría al otro día.

Lo otro es que, aún no sé por qué, había llevado una guitarra. Sé que en algún momento pensé "quizá me sirva para trabajar", pero no puedo imaginar dónde pensaba trabajar; hacía años que no tocaba la guitarra y toda mi formación era académica. ¿Qué había pensado?


Sin embargo el 24 de diciembre a la mañana bajé del metro y comencé a recorrer el pasillo para salir a la superficie. Allí escuché a alguien que cantaba. Me detuve. Giré. Lo miré.

Voví a girar. Meneé la cabeza. Seguí caminando.

Volví a detenerme. Giré. Lo miré.


Esa misma tarde, muerto de vergüenza, me sentaba por primera vez en el piso con mi guitarra y, con voz temblorosa, comenzaba a cantar en el metro. Lo primero fue "Volver"; sabía unos 6 o 7 tangos, no más. Sabía apenas los tonos. Sabía sólo un rasgueo básico, más que básico; toda mi formación era académica.

En una hora había recaudado más que en toda la semana repartiendo volantes.

El trabajo (porque era un trabajo) en el metro me cambió la vida. Primero, la vida en Barcelona porque pude quedarme y hacer el curso. Pero eso fue lo de menos.

Me cambió la vida porque entendí mi soberbia, mi huida del esfuerzo, mi creencia de que el mundo me debía algo, mi falta de agradecimiento.

Me despertaba cada día alrededor de las 6 y me decía "un día más, un día más" y con todos mis títulos y mi genialidad a cuesta, tomaba mi guitarra, descendía las escaleras del metro, ponía unas revistas en el suelo y me sentaba arriba (porque si te sentás sobre el piso, después de un rato estás helado), sacaba mi guitarra y tocaba unas 4 o 5 horas.

4 o 5 horas de vergüenza, orgullo, miedo, fuerza y angustia.

Yo, que me creía tanto. Ahora mi techo era el piso de todos.

Como en un parto de meses, me nacía a mí mismo en tangos de Gardel.

Esa experiencia me dio la fuerza que ningún estudio me dio.


Volví a Buenos Aires casi un año después.

En cuanto llegué busqué un teléfono público. Era domingo a la mañana. Llamé a mi psicóloga. Le dije que quería retomar las sesiones. Y que sólo podía pagarle $20 por sesión. Me dijo $20 no, $25. Yo no contaba con el dinero. Le dije que sí.

Era más fuerte que antes. Ya podía aceptar que necesitaba ayuda.

No regresé a Barcelona hasta varios años más tarde.


Hoy, hace 10 años que viajo a España. Empecé en el 2014 y desde ese año no paré (salvo en el 2020 por la pandemia.) Primero fue una vez por año, luego dos. Ahora ya son cuatro veces por año. Voy siempre a trabajar. Trabajo de lo que amo. Hago lo que me gusta. Doy clases y talleres en donde cuento lo que pienso, lo que creo. Tanto en psicología como en música. Me va bien.

Siempre vuelvo a Barcelona.

En mis ratos libres hago lo que más me gusta hacer cuando viajo, además del trabajo y las comidas con amigos: Camino la ciudad en la que estoy.

En Barcelona también lo hago.

Camino y voy a los lugares de siempre, los que ya conozco. Soporto poca novedad, me gusta ver mis lugares, lo conocido, mis rutinas y rituales.

Y tomo el metro.

Tomo el metro.

Desciendo las escaleras y camino sus laberintos.

Y me busco en los pasillos. Y me encuentro en los músicos que cantan, tocan, bailan.

Y me miro en ellos, con ternura.

Barcelona me parió de nuevo, me constituyó, me nutrió con su leche dura y amorosa.

Antes de ayer, sentado una vez más en el bellísimo puerto, mirando las gaviotas, los barcos y la puesta del sol y pensando en los talleres de Escenas Matrices que daría al día siguiente mi mente se fue al pasado y recordé, como cada vez que regreso, aquel año en Barcelona en el que todo cambió.

Entonces me di cuenta de que la semana que viene cumplo 53 años.

Y que hace 25 que empecé a nacer de nuevo.